Thursday, November 29, 2007

Cuento: El sueño de un asesino

García Sosa, un asesino; podía escuchar a una pareja cogiendo al otro lado del muro de su celda. Se siente el bochorno en plena luna ámbar, bella noche de julio, alguien en alguna estrella lejana imagina esto, hay un circo de visita en el pueblo y no menos de ocho peces dentro del estanque cercano, una envoltura plástica de condones se abre y cae en el pasto, brilla tenuemente por la luz de luna. Sosa se cubre la cabeza con una almohada, trata de apretarla fuertemente para callar los quejidos y pujidos de placer que inquietaban su tranquila noche.

La pareja, que no se había conocido apenas esta noche; estaban tan cegados por su deseo y lujuria que no se dieron cuenta que escogieron uno de los sitios menos románticos del pueblo: La prisión Villa Preciosa, para asesinos, pederastas y violadores. Sosa mismo, se hallaba sirviendo una sentencia de por vida por el asesinato a sangre fría de una familia. Al parecer, sólo iba a robar el ganado pero sintió que alguien desde la casa le miraba, no tuvo más remedio que ingresar en ella. Los mató uno por uno mientras dormían. A los padres los degolló y pico a más no poder con un desarmador plano, a los niños los descuartizo y tiro a la pequeña bebé con los cerdos. Nunca conto con mancharse de tanta sangre inocente, se evidencio solo. Pobre García Sosa, victima de su ignorancia y pobreza. Irónicamente, la feria del pueblo de Villa Preciosa, había sido votada la mejor de la comarca desde hace cinco años consecutivos, pero, no en ese año que ocurrió la masacre del pobre indio García Sosa.

García Sosa trataba de descansar, no le gustaba sentirse intranquilo en su vigilia, creía tener alucinaciones o estar poseído por el diablo debido a que creía ver fantasmas de personas que había asesinado. Cerraba sus ojos con fuerza mientras una mujer gemía al compas de un hombre ansioso. Muy a pesar del escándalo que hacía la joven mujer; no era para tanto. El joven caballero tenía problemas hallando el camino y el ritmo, a pesar de la luminiscencia de una luna ámbar, sus talentos amatorios no eran sorprendentes. Pensaba en llegar a casa y cocinar para su marido, mientras él apresurado amante la mordía. Poco pensaba en los besuqueos erráticos llenos de saliva, en los chupetones en los senos y cuello que debería ocultar para que su marido no se diera cuenta de su engaño. Eventualmente, la joven mujer se vino, y con ello; el joven amante cansado y con ganas de un trago y las rodillas lastimadas por la posición que eligieron, decidió no proseguir. La envoltura del condón seguiría ahí, por unos cuantos meses más, como un monumento a este encuentro.

Ya que la pareja se había ido, García Sosa, inmediatamente se dispuso a dormir. Empezó a tener un sueño recurrente: García Sosa es un indio tan rico como un hombre blanco, con una gran hacienda donde se dan las más dulces mieles, los frutos son una bendición. Pero tiene algo más. Algo más grande que una hacienda, esplendorosos cultivos y animales; posee un barco muy grande, un icono perfecto de opulencia y majestuosidad. Es pues, García Sosa un hombre respetado, acaudalado y de mundo. En este sueño, García Sosa en su barco se aleja del muelle, la gente vitorea su partida, algunas bellas morenas le lloran, pero, sobre todo, le veían con cariño. En cámara lento vemos como el barco con su ilustre capitán van tomando rumbo a aguas más profundas, donde sólo Colon, Marco Polo, Leif Erikson y muchos más, se habían aventurado a conseguir un lugar en la historia. García Sosa sonríe, y flota su barco en las aguas como él en sus sueños. Mientras tanto; en la prisión, los perros afuera lloran al ver los fantasmas de una familia asesinada, que flotan sigilosamente, atravesando pared tras pared, para llegar hacia García Sosa. Musitan entre ellos la manera en como lo van a asesinar.


Rodolfo García Calderón Pitti, 04/08/2006

Thursday, May 10, 2007

Cuento: Los nueve mil millones nombres de Dios

LOS NUEVE MIL MILLONES NOMBRES DE DIOS
Arthur C.Clarke


El doctor Wagner se contuvo haciendo un esfuerzo. La cosa tenía merito. después dijo: -Su pedido es un poco desconcertante. Que yo sepa, es la primera vez que un monasterio tibetano encarga una máquina de calcular electrónica. No quisiera parecer curioso, pero estaba lejos de pensar que un establecimiento de esta naturaleza tuviese necesidad de aquella máquina. ¿Puedo preguntarle qué piensa hacer con ella? El lama se ajustó los faldones de su túnica de seda y dejó caer sobre la mesa la regla de cálculo con la que acaba de hacer la conversión de libras en dólares.

-Con mucho gusto. Su calculadora electrónica tipo cinco puede hacer, si su catálogo no miente, todas las operaciones matemáticas hasta diez décimales. Sin embargo, me interesan letras y no números. Tendría que pedirles que modificasen el circuito de salida, de modo que imprimiese letras en vez de columnas de cifras.

-No acabo de comprender...

-Desde la fundación de nuestro monasterio, hace más de tres siglos, nos hemos venido consagrando a cierta labor. Es un trabajo que acaso le parezca extraño, y por ello le pido que me escuche con espíritu abierto.
-De acuerdo.

-Es sencillo. Estamos redactando la lista de todos los nombres posibles de Dios.

-¿Cómo?

El lama prosiguió, impertubable: -Tenemos excelentes razones para creer que todos estos nombres requieren, como máximo, nueve letras de nuestro alfabeto.

-Y han estado haciendo esto durante tres siglos?

-Sí. Y hemos calculado que necesitaríamos quince mil años para completar nuestra tarea.

El doctor lanzó un silbido ahogado, como si estuviera un poco aturdido.
-Ok. Ahora comprendo por qué quiere usted alquilar una de nuestras máquinas. Pero, ¿cuál es el objeto de la operación?

El lama vaciló una fracción de segundo, y Wagner temió haber molestado a aquel singular cliente que acababa de hacer el viaje de Lhassa a Nueva York con una regla de calcular y el catálogo de la "Compañía de Calculadoras Electrónicas" en el bolsillo de su túnica de color azafrán.

-Puede llamarlo ritual si así lo quiere -respondió el lama-, pero tiene un gran importancia en nuestra fe. Los nombres del Ser Supremo, Dios, Júpiter, Jehová, Alá, etc., no son más que rótulos escritos por los hombres. Consideraciones filosóficas demasiado complejas para que se las exponga ahora nos han dado la certidumbre ed que, entre todas las permutaciones y combinacionesposibles de letras, se encuentran los verdaderos nombres de Dios. Pues bien, nuestro objeto consiste en encontrarlos y escribirlos todos.

-Ya comprendo. Han empezado ustedes con A.A.A.A.A.A.A.A.A. y terminarán con Z.Z.Z.Z.Z.Z.Z.Z.Z.

-Con la diferencia de que utilizamos nuestro alfabeto. Desde luego, supongo que les será fácil modificar la máquina de escribir electrónica adaptándola a nuestro alfabeto. Pero hay otro problema más interesante, la disposición de circuitos especiales que eliminen las combinaciones inútiles. Por ejemplo, ninguna de las letras debe aparecer más de tres veces sucesivamente.

-¿Tres? Querrá decir dos.

-No. Tres. Pero la explicación detallada requeriría demasiado tiempo, aunque comprendiera usted nuestra lengua.

Wagner dijo, precipitadamente:
-Claro, claro. Prosiga.

-Le será fácil adaptar su calculadora automática para lograr este punto. Convenientemente dispuesta, una máquina de este tipo puede permutar las letras unas tras otras e imprimir el resultado. De esta manera -concluyó el lama tránquilamente-, lograremos en cien días lo que nos habría costado quince mil años más.

El doctor Wagner creyó perder el sentido de la realidad. Las luces y los ruidos de Nueva York parecían esfumarse al llegar a las ventanas del building. Allá, a lo lejos, en su remoto asilo montañoso, los monjes tibetanos componían desde hacía trescientos años, generación tras generación, su lista de nombres desprovistos de todo sentido... ¿Acaso la locura de los hombres no tenía un límite? Pero el doctor Wagner no debía manifestar sus pensamientos. El cliente siempre tiene la razón...


Respondió:
-No cabe duda de que podemos modificar la máquina tipo cinco de manera que imprima las listas como usted desea. Me preocupa más la instalación y el manejo. Además no será fácil transportarla al tibet.

-Esto puede arreglarse. Las piezas sueltas son lo bastante pequeñas para que puedan transportarse en avión. Por esto hemos escogido la máquina de ustedes. Envíen las piezas a la India, y nosotros nos encargaremos de lo demás.

-¿Desean los servicios de dos de nuestros ingenieros?

-Sí, para montar la máquina y vigilarla los cien días.

-Enviaré una nota a la dirección de personal -dijo Wagner, escribiendo en un bloc-. Pero aún hay dos cuestiones más que resolver...

-Aquí tiene el estado, certificado, de mi cuenta en el Banco Asiático.

-Muchas gracias. Perfectamente... Pero, si me permite, hay otra cuestión, tan elemental que casi no me atrevo a mencionarla. A menudo ocurre que se me olvidan las cosas más evidentes... ¿Disponen de energía eléctrica?

-Tenemos un generador Diesel eléctrico de cincuenta kilovatios y ciento diez voltios. Fue instalado hace cinco años y funciona bien. Nos facilita la vida en el monasterio. Lo compramos principalmente para hacer girar los molinos de oración.

-Ah, ya. Naturalmente. Hubiese debido pensarlo...

La vista, desde el parapeto, producía vertigo. Pero uno se acostumbra a todo. Tres mese habían transcurrido y, a Georges Hanley no le impresionaban ya los seiscientos metros de caída vertical que separaban el monasterio de los campos cuadriculados del llano. Apoyado en las piedras redondeadas por el viento, el ingeniero contemplaba con ojos cansinos las montañas lejanas cuyos nombres ignoraba. "La operación nombre de Dios", según la había bautizado un humorista de la Compañía, era sin duda el trabajo más desconcertante en que jamás hubiera participado.

Semana tras semana, la máquina tipo cinco modificada había llenado miles y miles de hojas con sus inscripciones absurdas. Paciente e inexorable, la máquina calculadora había agrupado las letras del alfabeto tibetano en todas las combinaciones posibles, agotando una serie tras otra. Los mojes recortaban ciertas palabras al salir de la máquina de escribir eléctrica y las pegaban devotamente en unos enormes registros. Dentro de una semana, su trabajo habría terminado.
Hanley ignoraba qué cálculos oscuros los habían llevado a la conclusión de que no hacía no falta estudiar conjuntos de diez, de veinte, de cien o mil letras, y no tenía ningún empeño en saberlo. En sus pesadillas soñaba algunas veces que el gran lama decidía bruscamente complicar un poco más la operación y que había que proseguir el trabajo hasta el año 2060. El hombre parecía muy capaz de una cosa así. Crujió la pesada puerta de madera. Chuk se reunió con él en la terraza. Chuk estaba fumando un cigarro, como de costumbre. Se había hecho popular entre los lamas, repartiéndoles habanos. "Aquellos individuos podían estar completamente desquiciados -pensó Hanley-, pero no tenían nada de puritanos". Las frecuentes excursiones al pueblo no habían carecido de interés.

-Escucha, Georges -dijo Chuk-, estoy preocupado.
-¿Se ha estropeado la máquina?

-No.

Chuk se sentó en el parapeto. Fue algo sorprendente, pues, de ordinario, temía el vértigo.
-Acabo de descubrir el objeto de la operación.

-¡Pero si ya lo sabíamos!

-Sabíamos lo que querían hacer los monjes, pero ignorábamos el porqué.

-¡Bah! Están zafados...

-Escucha, Georges, el anciano acaba de explicármelo. Piensan que cuando hayan escrito todos estos nombres (que, según ellos, son unos nueve mil millones), se habrá alcanzado el divino designio. La raza humana habrá cumplido la misión para la que fue creada.

-Y después, ¿qué? ¿Esperan, acaso, que nos suicidemos?

-Sería inútil. Cuando la lista esté terminada, intervendrá Dios, y todo habrá acabado.

-¿Se acabará el mundo?

Chuk lanzó una risita nerviosa.
-Esto es lo mismo que le he dicho al anciano. Entonces él me ha mirado de un modo extraño, como el maestro a un discípulo particularmente lerdo, y me ha dicho: ¡Oh, no será una cosa tan insignificante!

Georges reflexionó un momento.
-Es un tipo que, por lo visto, tiene grandes ideas -dijo-, pero no veo que cambie nada la situación. Ya habíamos convenido en que están locos.

-Sí. Pero, ¿no te das cuenta de lo que puede ocurrir? Si, terminadaslas listas, no suenan las trompetas del ángel Gabriel, en su versión tibetana, pueden pensar que es por culpa nuestra. A fin de cuentas, utilizan nuestra máquina. No me gusta esto...

-Comprendo... -dijo Georges, muy despacio-, pero ya he visto otros casos parecidos. Cuando yo era niño, hubo en Luisiana un predicador que anunció el fin del mundo para el domingo siguiente. Centenares de personas lo creyeron. Incluso algunas vendieron sus casas. Pero nadie encolerizó cuando pasó el domingo. La mayoría pensó que había sido sólo un pequeño error de cálculo, y muchos de ellos siguen creyendo igual.

-Para el caso de que no lo hayas notado, debo advertirte que no estamos en Luisiana. Estamos solos, los dos, entre centenares de monjes. Son muy simpáticos, pero preferiría hallarme lejos cuando el viejo lama se dé cuenta del fracaso de la operación.

-Hay una solución: un pequeño sabotaje inofensivo. El avión llega dentro de una semana, y la máquina acabará su trabajo en cuatro días, a razón de veinticuatro horas por día. Sólo tenemos que hacer una reparación que dure tres o cuatro días. Si calculamos bien el tiempo, podemos hallarnos en el aeropuerto cuando salga de la máquina la última palabra.

Siete días más tarde, cuando sus caballitos montañeros descendían la carretera en espiral, Hanley dijo:
-Siento un poco de remordimiento. No huyo porque tenga miedo, sino porque me dan pena. No quisiera ver la cara que pondrá esta buena gente cuando se detenga la máquina.

-Si no me equivoco -dijo Chuk-, han adivinado perfectamente que huíamos, y les ha tenido sin cuidado. Ahora saben que la máquina es absolutamente automática y que huelga toda vigilancia. Y también creen que no habrá un después.

Georges se volvió en la silla y se quedó dormido. La mole del monasterio recortaba su parda silueta sobre el sol poniente. Unas lucecitas brillaban de vez en cuando bajo la masa sombría de las murallas, como los tragaluces de un navío en ruta. Eran lámparas eléctricas suspendidas en el circuito de la máquina número cinco.

¿Qué sucedería con la calculadora eléctrica? -se preguntó Georges-. ¿La destruirían los monjes, a impulsos del furor y el desengaño? ¿O volverían a comenzar de nuevo?

Como si todavía estuviesen allí, veía todo lo que pasaba en aquel momento en la montaña, detrás de las murallas. El gran lama y sus auxiliares examinaban las hojas, mientras los novicios recortaban nombres extravagantes y los pegaban en el enorme cuaderno. Y todo esto se realizaba en medio de un religioso silencio. No se oía más que el tableteo de la máquina, golpeando el papel como una lluvia mansa. La propia máquina calculadora, que combinaba millares de letras por segundo, era absolutamente silenciosa...

La voz de Chuk interrumpió sus sueños.
-¡Míralo! ¡He ahí una visión agradable!

Semejante a una minúscula cruz de plata, el viejo avión de transporte "D.C. 3" acababa de posarse allá abajo, en el pequeño aeródromo improvisado. Esta visión daba ganas de beber un buen trago de Whisky helado. Chuk empezó a cantar, pero pronto se calló. Las montañas parecían restarle ánimos.

Georges consultó su reloj.
-Estaremos en el llano dentro de una hora -dijo. Y añadió-: ¿Crees que habrá terminado el cálculo?

Chuk no respondió, y Georges levantó la cabeza. Vio que el rostro de Chuk estaba muy pálido, vuelto hacia el cielo.

-Mira -murmuró Chuk.

Georges, a su vez, levantó los ojos.


Por última vez, encima de ellos, en la paz de las alturas, las estrellas se apagaban una a una...

Sunday, April 15, 2007

Musik: Blind Mr. Jones - Tatooine

Blind Mr. Jones se formaron a principios de 1990 en Marlow, Inglaterra, con la premise de ser una de esas bandas nuevas que prometían mucho. Empezaron tocando algo como The Wedding Present y después desarrollaron su sonido para estar a tono con ciertas bandas shoegaze como Ride y Slowdive. Tatooine (1994) fue su segundo y último disco y es una pena que muchos no les conozcan pues son realmente buenos. Las comparaciones con Slowdive o Ride son algo obvias, pero Blind Mr. Jones tienen su sello ya que tocan con una flauta, claro sin llegar a ser Jethro Tull. Y no siendo un elemento común en bandas shoegaze o de dreampop, ciertamente no suena nada mal, ni aburren como otros tantos más que cayeron en el cliché del genero. Buenas canciones, capas de sonido, que más pueden pedir. Muy recomendable para todos que disfrutaron y siguen disfrutando de bandas como Ride, Slowdive, Lush, Chapterhouse, My Bloody Valentine, ciertos grupos de Creation o Sarah, con eso digo todo. Link para descargar: http://rapidshare.com/files/26584622/Blind_Mr._Jones_-_Tatooine.rar Saludos!!!